- Sería re lindo que la Reina de las Estrellas pudiera venir a mi fiestita, pero cómo le aviso-, pensó Idina.
- ¡Te imaginás a la Reina de las Estrellas bailando con la Luna!- le comentó a Fluppy, el osito de peluche.
Idina es una nena de cinco años, que tuvo un accidente y sus piernitas no habían querido moverse más. Pero esto nunca le impidió viajar por todo el Universo.
Idina viajaba constantemente sin moverse de su habitación, gracias a su gran imaginación.
Un día nado con peces de colores que brillaban y bailó, bajo el agua transparente, con feroces tiburones de tela.
Una vez, mientras corría entre las estrellas, les llamó un taxi a dos marcianitos que había perdido el tren a Saturno.
Sentada en la cola del Cometa, le llevó una camiseta a Llamita, la Princesa de Fuego de Mercurio.
En la montaña más alta, se encontró con el Yeti para tomar una chocolatada y masitas.
Un día, mientras armaba la fiesta para la Reina de las Estrellas, una palomita blanca chocó el coco contra la ventana de su pieza.
Idina vio que la paloma no podía volar, entonces la agarró y la recostó en sus piernas. Le pidió a su mamá que le trajera migas de pan y agua en una tapita, para su nueva amiga.
Pero la paloma no comió ni bebió, porque sentía mucha lástima por no poder volar.
Idina la llamó Blanquita.
A la nena se le prendió una lamparita encima de su cabeza. Tenía una idea para ayudar a la paloma.
Se acercó y le dijo: - Blanquita, te gustaría ayudarme, tengo un trabajo muy importante, por eso necesito que te cures rápido-
Se arrimó al oído de la paloma y le susurró - Yo no puedo caminar desde hace mucho tiempo, podrías ayudarme en este trabajo...- y con un "bs bs bs" cuchicheado, le dijo a la paloma lo que tenía que hacer.
Al otro día, Blanquita ya volaba por toda la habitación. Entonces Idina le abrió la ventana y Blanquita salió volando hacia el celeste cielo, alto muy alto.
Idina, sonriendo, supo enseguida que su amiga la iba a ayudar y se quedó mirando afuera de su habitación llena de alegría.
Esa misma noche, mientras la mamá acostaba a Idina en la cama, sintieron unos golpecitos en la ventana. Era Blanquita, que con su pico pedía que le abran.
Idina le explicó a su mamá que la paloma era su amiga, que le abriera, para que pueda comer migas de pan.
Grande fue el asombro de la mamá cuando vió que atrás de Blanquita, entraron la Reina de las Estrellas, la Luna y el Sol, unos tiburones de tela vestidos de gala, peces de colores que se prendían y apagaban como lucesitas, el Yeti de la mano de Llamita y Tilín Tilín, el hermanito menor de la Reina de las Estrellas, quien corrió para bailar con Idina.
Y esa noche hubo un gran baile, una fiesta universal y todos bailaron y rieron. Hasta la mamá de Idina bailó un tango con un tiburón compadrito.
Desde esa noche, las ventanas de la habitación de Idina no se cerraron nunca más.
Yo lo sé, porque bailé con Fluppy, el osito danzarín.
Hïktor, el peregrino gris
YO QUISIERA QUE...
YO QUISIERA QUE PIOLÍN
SEA MI AMIGO SALTARÍN
QUE EL PÁJARO CAMPANA
ME DESPIERTE EN LA MAÑANA
QUE AL POBRE OSO GRUNÓN
NO LE DEN UN COSCORRÓN
QUE LA SEÑORITA MARÍA
SE RÍA TODO EL DÍA
QUE COMO DICE MI HERMANITO
QUE ES MUY MUY CHIQUITO
SI ATRÁS DEL ÁRBOL TE ESCUENDES
QUE TE ENCUENTRES MUCHOS DUENDES
Y UNA COSA MÁS LES PIDO
Y QUE ESTO SUENE DIVERTIDO
SI VEN MI POESÍA EN EL JARDÍN
QUE LAS SEÑOS SE LA LEAN HASTA EL FIN
FIN.
@hiktorperegrinogris
Hoy está insoportable, así que lo saco a pasear antes de la hora del almuerzo. Vamos camino a lo de nuestros abuelos y cruzamos esa esquina, la que no tiene semáforo.
¡camión!
Aparece de la nada y se nos abalanza en todo su tamaño. Dobla sin guiño, sin bocina, sin mirar. Agarro del brazo a Amadeo, justo antes de que ese hijo de puta lo atropelle.
¡Mierda! Insulto al camionero con todo lo que se me ocurre.
¿No se dio cuenta? ¿Hay que colgarle a mi hermano un cartel que indique su condición? Amadeo se me suelta, y seguimos caminando.
No parece afectado. El camión podría haberlo convertido en carne vomitada sobre el asfalto, y él ni se habría dado cuenta. Es peligroso que ande en libertad, sin una mano que lo lleve bien sujeto. Pero aborrece que lo toquen. Si le hubiera agarrado el brazo un segundo más, me habría hecho eso que siempre hace. Eso que no me gusta que haga, y que podría significar mi muerte. Una forma espantosa de morir.
Me detengo frente a la puerta del edificio, y él sigue de largo. Podría avisarle que llegamos a la casa de los abuelos, pero a veces me gusta confundirlo. Sí, soy un cretino. Cuando ya siento que me reí suficiente de él, le pego el grito:
—¡Amadeo, volvé! Es acá.
Se planta en medio de la vereda. No se da vuelta ante mi llamado. Las manos le cuelgan de esos brazos gruesos de salchichón, terminados en dedos como chorizos; visto de espaldas, con la campera y los pantalones anchos, me hace pensar en un leberwurst gigante. Mi hermano, el embutido retrasado.
—Dale, vení. No te pienso ir a buscar.
No viene. Se queda quieto el idiota, mirando las baldosas. Detesto que haga eso, me da ganas de matarlo.
—¡Si no venís ahora, Amadeo, no hay cuento a la noche!
Como si lo hubiera parido: se acerca trotando, una caminata de pasos espasmódicos. Cada vez que impactan contra el piso, sus zapatillas hacen clap clap clap. Al llegar junto a mí, me estudia desde la minúscula oscuridad de sus ojos rasgados. El gran círculo de la boca le brilla de saliva. Jadea tras aquella maratón de cinco metros.
—Si sabés que es acá la casa de los abuelos, Amadeo. ¿Me lo hacés a propósito?
Si no lo quisiera tanto, ya lo habría abandonado en medio de la autopista. Así es: lo quiero mucho. No hay otra
razón para soportar lo que soporto.
Toco el timbre. Atiende mi abuela. Suena el portero eléctrico, y entramos al edificio. A punto de tomar el ascensor,
Amadeo tira de mi campera y me arrastra escaleras arriba. Cierto: los ascensores le dan pánico. Yo entiendo mucho de pánico, así que me dejo arrastrar.
Mi abuela nos espera con la puerta abierta. Hago pasar primero a Amadeo, y tras los saludos y sonrisas de todos los domingos, me siento junto al abuelo Iván, ya ante la mesa, que tiene los ojos en otra galaxia. Le doy un beso sin que lo registre.
Hoy impregnada del intenso olor a colita de cuadril con especias, la casa de mi abuela siempre me resultó curiosa. Una mezcla de salón del Titanic y la escenografía de Beetlejuice. Las sillas de respaldos altísimos intentan rascar el techo. El sillón del living tiene un respaldo aun mayor, tan ancho y alto que ocupa casi toda la pared. La mesa pudo ser diseñada por H. R. Giger, con sus patas de animal invertebrado.
El televisor encendido muestra sólo estática. Mi abuelo no habla, seguro bajo los efectos de sus múltiples medicamentos, esos que le borronean la existencia y le matan la mente para que su corazón viva un poco más. Sus ojos desorbitados ni me ven. Ya lo ignoro por instinto. Uno se termina acostumbrando a todo, hasta a lo absurdo, lo horrible, lo dañino.
—Espero que les guste —dice mi abuela presentando la fuente con la colita de cuadril.
No luce bien: un gusano gordo decapitado flotando en un jugo ocre, pero huele tan rico que me olvido de su aspecto.
Sentado junto a la abuela, con la boca abierta, Amadeo husmea la comida. La abuela me pasa la porción de mi hermano, para que le corte la carne como a él le gusta.
—¿Cómo está yendo el trabajo? —me pregunta ella.
—Bien, qué sé yo.
No se vende mucho cotillón, pero zafo con los disfraces. Si no, ya habría cerrado hace rato. Mi abuela corta una lámina de carne para el abuelo. Él mira espantado su plato, quizá pensando que su comida lo va a devorar. Mientras imagino el trozo de carne masticando al abuelo, termino de cortar la porción de mi hermano y le alcanzo su ración.
—¿Y la gente no está comprando papel picado, cornetas, globos?
Globos. Un escalofrío me rasga la espalda.
—No, no están comprando. Por ahí para algún casamiento, pero no hace mucha diferencia.
Miro a mi hermano, que en lugar de tener los ojos en su plato los tiene en mí. ¿Qué le pasa?
Mi abuela está atenta al abuelo, que sigue observando su almuerzo sin probarlo.
—Comé, Iván, por favor.
Ella extiende sus cubiertos, corta la carne y le pone un pedazo en la boca. Le agarra la mandíbula con cuidado y lo hace masticar. Sigue hablándome, sin dejar su tarea.
—Y decime, Lucas: ¿chascos vendías también?
—No, no me interesa vender bolsas de pedos y todo eso.
Es enfermo. Amadeo no me saca los ojos de encima. Qué gran capacidad para ponerme incómodo. Yo bajo la mirada hacia mi mano, porque siento que algo no anda bien. Mi abuela,
dándole agua al abuelo para que trague, no ve que mi mano se hincha, que la piel toma un tono rosado. ¡¿Qué carajo le pasa al imbécil?! No puedo tragarme la furia:
—¡Basta, Amadeo!
La mano se encoge, y ahora vuelve a su forma y color. Nadie se dio cuenta.
—¡Lucas! ¿Cómo le vas a gritar así a tu hermanito? — dice la abuela y mira al abuelo, que ahora sí come—.
Así, Iván, muy bien.
—Perdoná, abuela. Ando un poco nervioso. ¿Me dejás que paso al baño un segundo?
Me lavo la cara con agua helada. En el espejo veo ojos cansados, tristes y acuosos. Y ese yo cada vez más delgado, y la piel que ya no tiene color, y esas venas verdosas sobre los pómulos. Mis manos tiemblan. Casi lo hace. El hijo de puta casi me lo hace a mí, a su propio hermano. ¡Al único que lo cuida! A veces pienso que no es tan estúpido ni del todo inocente. Hay personas que nacen con una maldad inexplicable.
Abro y cierro mi mano. Todo está bien. Sólo fue un susto. Suspiro, y pienso en que debo llevarlo de vuelta a mi
trabajo. No me queda otra. Bueno, también podría llamarlo al boludo del Turco para que lo vigile en mi ausencia; ese me debe tantos favores que me lo podría coger una semana sin que se queje. Sea como sea, no puedo dejar solo a mi hermano, ni internarlo como a una persona normal. Tiene suerte de que nadie conozca sus capacidades especiales, y mejor que siga así.
En fin, la comida debe estar enfriándose. Salgo del baño. La imagen me hace un torniquete en el estómago: Amadeo, con la mirada fija en su plato, quieto, con un globo rosa a su lado que flota lento hacia el techo. Junto a mi silla, otro globo rosa. Como mi hermano no tiene vista periférica, no advierte cuando me acerco a la escena. No ve que mis ojos se inflan en su sorpresa.
—¡Amadeo, la puta que te parió! ¡¿Qué carajo hiciste?!
Amadeo se asusta. La mandíbula le tiembla y un poco de baba cae sobre su panza. Sé que es el preámbulo de un ruidoso llanto, y me controlo un poco.
—Está bien, está bien, no es tu culpa. Está todo bien.
Miro ambos globos con terror. Agarro mi abrigo y el de Amadeo. Nos vamos. Chau, abuelo. Chau, abuela. Muy rica
la comida.
¿Por qué lo hizo? Durante años, todos los domingos veníamos a almorzar con ellos. ¿Por qué hoy? ¿Qué sucedió
que fuera distinto? Me recuerda a la vez que se lo hizo a mamá y papá. No hubo una razón, tan sólo accionó. Eran
circunstancias igual de incomprensibles. A veces me encantaría leer su cerebro, saber qué le motiva esa reacción. Juro que me sentiría mucho más a salvo. Y menos desesperado.
En el camino hacia el subte, trato de hacer los ejercicios de relajación que me aconsejaron, demasiado nervioso por lo que acaba de pasar. Respirá. Respirá. Uno. Dos. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. Pensá en otra cosa, en algo agradable. Pero me es inevitable recordar siempre lo mismo: aquel globo que estalló al lado de mi oído, dejándome sordo y generando un constante silbido agudo durante un mes. Tenía seis años. Luego, el silbido fue reemplazado por una amortiguación sucia ante cada ruido. Eso nunca se cura si no vas al médico, y aborrezco ir al médico. Así que seré parcialmente sordo del oído derecho hasta que me muera.
Entramos a la boca de subte. Cuando bajamos las escaleras mecánicas, recuerdo que me causaban terror. Por suerte, eso lo superé. A los veinte años me di cuenta de que no me despellejarían cuando llegase al final. Lo que me pasa ahora es distinto. Y tiene nombre: ligirofobia, «miedo irracional a las explosiones y ruidos fuertes». Pero no me jodan. ¿Irracional? ¿Es racional y coherente no tenerles miedo a las explosiones que pueden destrozarte? No me imagino yendo a una guerra, caminando por un campo minado con la displicencia de un hombre que pasea por la playa. Eso es irracional. Irracional es no taparse los oídos durante los festejos de año nuevo. Mi perro Idiota —así se llamaba— se despedazó a sí mismo cuando lo encerramos en mi pieza durante Navidad. Irracional es el ballooning, esa parafilia en la que uno se excita al hinchar o pinchar globos. Irracional es Hans Hemmert, que hace supuestas obras de arte con abominaciones infladas. Irracional es no tenerle miedo a Amadeo y a sus capacidades especiales.
Mi psicólogo me aconsejó que me mantuviera más tiempo con él, que conviviéramos hasta la costumbre. Desde que le hice caso, mi miedo creció de forma exponencial. Gracias, Licenciado Núñez.
En el vagón, dos pequeños juegan con globos: una nena con su jirafa, y el hermanito con una espada. La madre duerme en un estado cuasi comatoso. El nene lanza estocadas con esa cosa, mucho más horrenda y temible que su equivalente de metal. Si en la Edad Media se hubiesen usado espadas así, los hombres habrían quedado tan espantados que hoy no existirían las guerras. Ni los globos. De reojo, noto que Amadeo lo mira fijo. A él tampoco le gusta el pequeño hiperactivo, gritando y blandiendo esa porquería de goma rellena con aire de payaso. En otras circunstancias, no permitiría lo que está por pasar. Sus capacidades especiales no deben ser vistas. Pero la verdad, el pendejo se lo merece, y dejo que mi hermano mire fijo al pequeño mandril mientras hace lo suyo. Llegamos a nuestro destino, a tiempo para abandonar el vagón y dejar un globo rosa en reemplazo del nene. Sólo su hermanita atestiguó la mutación, pero nadie le va a creer. Su mami sigue durmiendo.
Hoy es un puto lunes más. Tengo ese malestar general que me produce el despertador cinco días por semana: el estómago con gatos retorciéndose, los músculos de plastilina, y piernas y cabeza anestesiadas e inútiles hasta que llegue el mediodía. Es antinatural el uso del despertador. Interrumpir el sueño es tan nocivo como fumar, tomar, drogarse o trabajar, y por desgracia yo hago todo eso. Amadeo, al contrario, no es tan infeliz. No entiendo muy bien cómo funciona, pero jamás lo vi dormir. Tal vez duerma despierto. Tal vez se mantenga en un equilibrio constante en la frontera del sueño y la vigilia. A él no le molesta el despertador: no reacciona al oírlo.
Tras insistirle en que se vista, salimos al trabajo. Abro la puerta del local, enciendo las luces, empiezo la semana. Para que se mantenga entretenido y no joda por unas horas, le doy a Amadeo tres sombreros de goma espuma. La textura de esas cosas le fascinan, y no corro el riesgo de que se asfixie si se las quisiera llevar a la boca. No deseo repetir aquel episodio de las pelotitas de goma.
Durante horas no pasa nada. Miro al vacío un tiempo prolongadísimo, y en algún momento me duermo sobre
una bolsa de maracas. A las doce y media suena el teléfono. Me levanto de golpe, con un escándalo de bolitas encerradas en plástico, y atiendo
—¿Hola?
—¡Luqui!
Matilda. Su voz chillona suena peor que cualquiera de las cornetas que vendo.
—Matilda, ¿todo bien?
—Todo bieeeeen. Che, che, necesito que me traigas ya los disfraces. Pero ya, ya.
—¿No venías a buscarlos vos?
—Tarado, si te digo que los traigas es porque no puedo.
—Pero pará, no puedo dejar el local solo.
—¡Lucas! Traémelos ya, boludo, que la filmación arranca a la una y media.
Thomas Paine tenía razón. Discutir con una persona que ha renunciado al uso de razón es como administrar medicina a los muertos.
—Bueno, esperame que llamo a alguien para que se ocupe del local.
—Dale, besitos.
Imbécil.
Busco el número del Turco y lo llamo. Es momento de cobrarle un favor.
—Turco, soy Lucas. ¿Te podés hacer cargo del local unas horas? Tengo que hacer un trámite.
Una de tantas cosas que odio del Turco: habla. Muchas personas piensan que por ser gratis debería hacerse siempre. Hay que repletar el aire con sonido, palabras, chistes, comentarios, ideas estúpidas, opiniones. Hablar debería ser doloroso o carísimo, para que sólo se hablara lo imprescindible.
Trato de ser cortante, impedir que su charla se extienda demasiado, y le doy las instrucciones: atender el local, recibir a los clientes, cuidar a Amadeo. Pongo énfasis en esta parte.
—En serio, no le saques los ojos de encima. Si mira mucho tiempo a una persona, llamale la atención. Yo sé por qué te lo digo.
¿Por qué no cierro el local? Le digo que las ventas van pésimas, sin ahondar en detalles que él exige.
—Es una minita, ¿no? Te vas a garchar una clienta y me dejás el bardo a mí, ¿no? Decime, boludo, está todo bien.
Dar explicaciones me irrita muchísimo, así que le doy la razón y todo queda arreglado.
Cuando llega, lo dejo con Amadeo y me tomo un taxi, donde meto como puedo diez disfraces de vikingos para el
videoclip de Matilda.
Vuelvo dos horas después, con plata suficiente para la comida de la semana. Lo único que espero es que el Turco no haya incendiado nada.
Entro. Ahí está él. Amadeo, con una peluca azul, una galera de goma espuma y un par de tetas de plástico. Y está solo. Con globos rosas. Cinco globos rosas frente a él. Seguro el Turco se divirtió mucho disfrazando a mi hermano y poniéndolo de mal humor. Lástima que cuatro inocentes también recibieran el castigo. Mira fijo al piso, con la quijada hacia adelante, y cuando doy tres pasos hacia él, levanta la vista y me perfora con ella.
Ya no puedo soportarlo. Basta.
—¡Basta, Amadeo! —Lo agarro de los hombros y lo sacudo.— ¡Basta, Amadeo, por Dios! ¡¿Por qué mierda hacés
esto?! ¡¿Qué te hice, carajo?!
Se ablanda como un muñeco de trapo, su resistencia al ataque es nula.
—Me hartaste. Estoy podrido de tu mirada, de que siempre estés concentrado en tu mundo, de que nunca digas una puta palabra. ¿Y sabés qué es lo que más me pudrió? Tus “capacidades especiales”. Me cansé de tenerte miedo, y te tengo miedo todo el tiempo. No puedo más. ¡Sos una aberración, Amadeo!
No me importa que me lo haga. Quiero que lo haga. Ya me tiene muy hinchado, no me jode que me hinche un poco más.
—¡Dale, hacelo! ¡Hacelo y terminemos con todo esto! ¡matame de una puta vez!
Su piel se vuelve lisa, estirada. Toma un color rosado. Sus ojos, su nariz, esa boca que tanto babea, las orejas diminutas y el pelo grasiento son tragados por la misma cabeza. Se hunden en un cráneo gomoso. La ropa se le cae al reducirse brazos y piernas. Y se reducen hasta que sus miembros terminan desapareciendo en el cuerpo ovalado. Se achica. Adquiere el tamaño del resto de los globos que me rodean, y yo sigo aferrándolo con mis garras, y en medio de la furia lo hago reventar. El estallido hace un ¡bang! espantoso. Pero apenas parpadeo. No me escondo bajo ningún mueble. No lloro. No me meo encima. No me afecta.
Una sonrisa empieza a cortar mi cara, y comprendo que, al fin, estoy curado.
Nahuel Fernández Etlis
@nahuelfernandezetlis
Prólogo
Familia Argos
No se sabe con exactitud el origen de la familia Argos. Lo que sí se sabe con certeza es que siempre fue una familia muy numerosa integrada por importantes versados de la medicina. En cuanto pisaron el puerto de Portsmouth en 1820, comenzaron a ganar una gran relevancia entre los aristócratas de la época. Mayormente dando a conocer sus numerosos inventos apuntados a mejorar la salud. Así también ayudaron a prevenir infinidad de enfermedades entre 1890 y 1900.En 1910, tras convencer a Jorge V sobre como el ser humano podía asemejarse a la imagen de Dios, comenzaron con la construcción de la Argos Tower.
Una torre de descomunales dimensiones, que flotaría próxima al suelo y viajaría alrededor del mundo. El plan original era atraer a la mayor cantidad de gente hacia la torre para sanarlos de futuras enfermedades y dejarlos completamente limpios. Pero una vez construida fue utilizada con un propósito un tanto diferente.
La torre era manejada y tripulada por las familias más ricas del mundo. Todas convencidas por la indiscutida teoría de Artur Argos. La teoría decía que cuando en diversas religiones se señalaba que los seres humanos fueron creados a imagen y semejanza de Dios, nos querían decir que nuestro cuerpo no estaba completamente terminado y que podíamos seguirlo perfeccionando hasta logra una imagen divina. La imagen de Dios. ¿Pero cuál es la verdadera imagen de Dios? Tras la creación de la torre podríamos responder todas las preguntas. Un Dios ¿tendría dos brazos, dos piernas y una cabeza? ¿o se complementaría con nuevas partes para facilitar su tarea universal? ¿tendría una evolución en su apariencia? ¿El hombre alcanzaría la eternidad sin el sacrificio de morir?
Con esa teoría y una infinidad de preguntas como estandarte. La Argos Tower, tras terminar su construcción en 1940, comenzó a viajar a través del mundo. Destruyendo pueblos, ciudades e imperios. Raptando a todas las personas que interponían en su camino para perfeccionar quirúrgicamente a sus tripulantes y acercarlos un poco más a la imagen de un Dios, pero…
¿Cuál es la imagen de Dios?
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Parte 1
Un empujón
Mi nombre es Sonia y estoy escribiendo este relato a pedido suyo Sr John. Le pido disculpas por la demora y también le confieso que me costó sentarme ante una hoja y escribir todo lo vivido sin resistirme o quebrarme en el intento. Hay partes de ese pasado que he enterrado hace muchos años y volver a revivirlo no es algo agradable para una mujer de mi edad. Pero también soy consciente que escribirlo y darlo a conocer es otra forma de exorcizarlo.
Mi relato comienza allá por los años cincuenta. Yo tenía veintiocho años y la mitad de mi vida estuve en un pequeño poblado que se construyó bajo tierra. El lugar se cerraba con unas compuertas gigantes cuando una alarma avisaba sobre el paso de la torre de Argos. De esa manera sobrevivimos mucho tiempo. La torre era la explicación de por qué vivíamos bajo tierra. Desde hace varios años en su recorrido ininterrumpido, absorbía a la gente mediante grandes mangueras. Para simplificar, era como un oso hormiguero comiendo a las colonias de hormigas desde su nido. Las mangueras unas tenazas que terminaban en afiladas puntas. Una vez que te sujetaban con firmeza de ambas piernas, tus huesos eran triturados y finalmente eras engullido hasta llegar a la torre. Según un informante que teníamos dentro, nos comunicó que la gente raptada era utilizada por el mismísimo Artur Argos. Se comentaba por ahí que Artur unificaba quirúrgicamente las extremidades humanas a su cuerpo. De esta manera podría asemejarse cada vez más a la imagen de un dios. También la gente que lo rodeaba era sometida a numerosas cirugías para perfeccionarse. Algunas perdían la vida en el proceso y eran utilizadas como alimento para la tripulación. También usaban parte de la sangre de la gente raptada como impulsor para la torre. Si, el hijo de puta ideo la forma de crear un combustible a base de sangre humana.
En todos esos años no existió arma alguna que le pudiera dar batalla. Balas, bombas, cañones, mosquetes era un simple cosquilleo para tan semejante estructura. Naciones y ciudades alrededor del mundo sucumbieron ante su paso. Pero una vez, recuerdo que fue un martes, nos llegó una noticia que revoluciono a todo el pueblo. Uno de los informantes comunico que daban por sentado que la torre no se elevaría mucho más. Habían llegado a un punto crítico donde era imposible seguir construyendo y que quizás sus motores comenzarían a fallar. Hasta ese entonces era una noticia más del montón y aun no me había involucrado en la construcción de un artefacto para destruirla. Pero la tragedia me toco de cerca. Una tarde las compuertas del pueblo se cerraron y mi hermana de 10 años quedo fuera. La torre paso y se la llevo. Unos días después, a pesar de la bronca y el dolor que llevaba dentro comencé a diseñar una pequeña máquina que de alguna manera daría fin a la torre. Entre llantos, angustias y ataques de ansiedad había diseñado algo que hasta a mí me sorprendía. Quizás mi hermana seguía viva ahí dentro, pero después de rescatarla, yo sería la encargada de mandar todo ese lugar a la mierda.
Busque contactos que le parecieran interesante mi proyecto y pudieran ayudarme a llevarlo a cabo. No me importaba si les tenía que pagar vendiendo cosas de mi hogar o entregando partes de mi cuerpo, yo quería ver mi proyecto nacer. Sabía que no sería gratis, pero después de un tiempo la construcción comenzó.
Pasaron 2 años y por fin mi idea comenzaba a tomar forma. Ahora solo quedaba colocarla en un lugar estratégico y esperar al paso de la torre. Nunca me importo el paso del tiempo. Yo no perdía las esperanzas de rencontrarme con mi hermana. Quizás mi plan podía fallar, eso lo tuve en cuenta, pero tenía un buen augurio de que todo iría bien. Había una fuerza superior que me movía. Tantos años de bronca, tristeza y sufrimiento tenían que explotar por algún lado.
Una mañana de invierno, donde la nieve era sumamente espesa, colocamos la máquina. La habíamos pintado completamente de blanco para camuflarla con el paisaje. Fue una noche entera de calibrara los motores, pero ahí estaba a la espera del paso de la Argos tower.
Por si se preguntan mi maquinaria consistía en un motor impulsor sumamente potente. Este se engancharía en la parte de abajo de la torre y cambiaria la dirección de los propulsores. Al apuntar en dirección a tierra, la estructura de gran tamaño comenzaría a elevarse y finalmente colapsaría.
Había un pequeñísimo inconveniente. La maquinaria una vez colocada en los motores se activaría y tendría solamente tres horas para rescatar a mi hermana antes de que todo se valla al carajo.
Parte 2
El gran día.
La torre se acercaba al punto marcado. Estaba a unos pocos metros de la trampa. Esperamos a que se posicionara y bingo. El propulsor se acoplo a la parte de abajo y detuvo la marcha de los motores en seco. Sin perder un segundo, los cuatro corrimos en dirección a la torre y tiramos unos ganchos que se aferraron fuertemente al segundo piso.
Comenzamos a escalar hasta llegar al punto final de la soga. En el último tramo de la empinada subida uno de mis compañeros perdió estabilidad por los movimientos en circular que hacia la estructura para soltarse de la trampa y cayó al vacío. Los otros dos, murieron cuando los tentáculos se activaron desde los extremos y los partieron por la mitad. Era yo, en busca de mi hermana en la torre Argos.
Una vez que llegué a la cima, me introduje por una pequeña ventana y comencé a recorrer un sin fin de pasillos. Algunos vigilados por cadáveres en descomposición y esqueletos con sus huesos apilados en un rincón, otros completamente solitarios. Trataba de ser lo más sigilosa posible por si me topaba con algún ricachón armado, pero realmente no me importaba. Me importaba rescatar a mi hermana y mandar todo ese lugar a la mierda. Obviamente era consciente de que muerta no iba a poder llevar mi misión acabo, pero tenía el impulso, la sensación de que estaba tan cerca de ella y no era momento de aflojar.
Recuerdo que los pasillos eran largos, de color rojo y siempre terminaban en escaleras caracol. Cuando me adentré con profundidad, me vi inmersa en un pequeño rio de color rojo que me llegaba hasta la cintura. Seguí caminando contra la corriente y subiendo escaleras.
Supongamos que había llegado al piso número sesenta. Las paredes comenzaron a tener una textura viscosa y húmeda. De los techos caigan gotas de sangre. El piso latía como si un pulso cardiaco se moviera por debajo de mis pies. Había comprendido que más allá de lo que podíamos ver y saber desde el exterior, la torre estaba viva.
A medida que iba avanzando más y más arriba, el rio de sangre iba creciendo a mi alrededor. El pasillo se volvía más y más estrecho. En el techo había cabezas sin ojos que gritaban rogando por su muerte. Los observe detenidamente, quería ayudarlos de alguna forma, pero sus cuerpos estaban entrelazados con la estructura. No había forma de salvarlos. Quizás entre esos cuerpos unificados a la gran masa carnosa de las paredes yacía uno de nuestros informantes.
Seguí mi camino, tratando de ignorar lo que veía y los gritos que me aturdían. En más de una ocasión me descompuse. Vomité y seguí caminando entre sangre, viseras y estiércol. El caudal del rio provenía de un gran salón de color blanco. Allí había un sin número de gente reunida alrededor de mesas largas atestadas de comida. Todos estaban vestidos de gala y de espaldas, mirando a un gran escenario. Hablaban y reían a los gritos. Otros se sumergían en la sangre y luego salían completamente desnudos. A medida que me iba acercando lentamente hasta la entrada del salón, podía notar como sus figuras se desdibujaban. Describiré brevemente lo que vi a la distancia.
Hombres de cuatro brazos y dos cabezas. Una mujer que mientras reía descontroladamente abanicaba unos pedazos enormes de piel que salían desde su espalda, como si fueran alas. Niños sobre las mesas que se enroscaban como caracoles en sus columnas vertebrales.
El espectáculo visual era atroz. Nunca había sentido tanto pánico y repulsión a la vez. Sumado al aroma nauseabundo de alrededor. Vomite una última vez sobre el rio de sangre y mi visión comenzó a nublarse. No podía más, estaba a punto de desmayarme. Mire el reloj y note que me quedaba media hora para salvar a mi hermana, pero mis piernas comenzaron a temblar. Justo cuando estaba a punto de caer escucho una voz grave proveniente de unos potentes megáfonos colocados en las esquinas del salón. Eso me hizo recobrar parte de mi compostura. La voz anunciaba la presentación de Artur Tower. Lentamente me acerque hasta la puerta para observar atentamente el panorama. La gente aplaudía, otros emitían sonidos similares a animales, se los veía muy motivados y contentos. La presencia de Artur Argos ayudo a que ninguna de esas criaturas me viera, todos estaban distraídos mirando al escenario, esperando su llegada.
Recuerdo que dos bolsas de carne bajaron desde el techo del salón. Ambas tenían la forma de corazones humanos pero diferentes colores. Una era de color azul y desprendía pequeñas nubes de humo celeste, mientras que la otra era de color rojo y a medida que descendía bañaba a la gente con una lluvia roja. Cuando finalmente ambos corazones tocaron el escenario, el corazón rojo se abrió y de adentro salió Artur Argos. La multitud exploto en un fuerte aplauso y ovación. Curiosamente Artur Argos no era como me lo imaginaba o como solían contar que él era. Tenía una bata de color blanco, anteojos pequeños y un rostro impoluto. Podría decir que era el único que no tenía cirugías deformantes o por lo menos visibles. Se veía normal, normal entre esa multitud de…
Una mujer de cabello rubio con larguísimas piernas le acerco un micrófono y pidió silencio a la multitud. Estaba a punto de dar un discurso. Un discurso que nunca podría olvidar. En ese preciso instante vería a mi hermana ,como jamás la hubiese imaginado.
Parte 3
El discurso.
-Como saben todo sacrificio tiene su recompensa y como decía mi familia, la paciencia tiene la raíz amarga, pero da frutos dulces. Hace varios años vengo hablando de ser como Dios o de alguna forma asimilar su imagen. Pero ustedes son una de las posibles formas de dios. En el camino hubo muertes. La clase baja, también denominada trabajadora, tuvo que sacrificar partes de sus cuerpos y de sus vidas para que hoy estemos todos juntos en este lugar. Le agradecemos profundamente. Desde el comienzo esta torre sirvió como refugio para todos a aquellos capaces de enfrentar un cambio completamente radical. Quiero que repitan conmigo, la mente no es suficiente, el cambio también está en el cuerpo-
Todos repitieron a coro sus palabras y el prosiguió hablando con una sonrisa en su rostro de oreja a oreja.
-Pero hoy en día esta torre tiene vida y nos acoge en su interior como el vientre de una madre que va a dar a luz a seres superiores. ¿Alguna vez se detuvieron a pensar si en nuestra búsqueda de una imagen divina, podríamos convertirnos en seres de energía lumínica? ¿En seres capaces de superar el paso del tiempo? -
Todos enmudecieron. Para mí no era sorpresa. Sentía que era otro discurso sobre la eternidad, lo infinito. Era un tema realmente recurrente. Pero nada me preparo para lo próximo que vendría.
-Como ven hoy estoy acompañado de un corazón azul. ¿Que hay en el corazón azul Artur? ¿Porque suelta humo de colores? Quiero que observen por ustedes mismos y que los hechos respondan sus preguntas. -
En ese momento Artur introdujo su dedo violentamente en el corazón azul y este se abrió suavemente de par en par. Como si se tratara de una almeja que dentro escondía una perla. Esa perla era mi hermana y también no lo era. Me costó reconocerla. Su cuerpo estaba completamente desollado, exceptuando su rostro que tenía una expresión de aflicción. Su pecho tenía 3 agujeros por donde emanaba un humo de color azul que se entretejía entre sus músculos expuestos. Sus ojos estaban cerrados.
-He aquí nuestra primera Diosa entre los hombres. Aun esta sedada por la anestesia, pero de ella se podrá extraer el elixir que ven ahora en mis manos. En esta pequeña botella esta la sangre de la joven que unifico su cuerpo santo con el ADN de la torre para darnos a todos vida eterna. En su sangre está la clave que nos conecta con Dios. Les comento de ante mano que el proceso quirúrgico será doloroso y quizás varios de ustedes no sobrevivan. Pero en su mayoría ya están listos para esto. Se han sometido muchísimas veces a mi bisturí, pero hoy llego el día. El día en que dejarán su forma humana y se convertirán en dioses.
Parte 4
La niña rota
Era mi hermana, no había dudas. Podía verla y sentir el dolor desgarrador que recorría su cuerpo. Su rostro angelical y sus cabellos rubios caían sobre sus hombros. Nunca había visto en su rostro la tristeza. Ellos borraron su sonrisa para siempre. Hasta aquí había llegado y sabía que no me la podía llevar conmigo, pero quería matar con mis manos cada uno de eso hijos de puta. Desde el alma me salió un grito que fue imposible contener.
-¡¡¡Ludmila!!!
Recuerdo que toda la multitud se giró a verme, saque un cuchillo de mi bolsillo y mientras temblaba y gritaba insultos al azar mis ojos reventaron en llanto. Quería matarlos a todos, pero mis fuerzas flaqueaban. El doctor Argos soltó una carcajada y luego le siguió la multitud.
- ¿Que tenemos aquí?, parece que una cucaracha se nos metió en el comedor. Quizás quiere donarnos algunas partes de su cuerpo.
Quería correr y arrancarle los ojos, pero caí de rodillas. Grite una última vez
-¡¡¡Ludmila!!!
Y la torre se tambaleo de un lado para el otro. El artefacto conectado al motor comenzó a hacer efecto y todo colapsaría. En este punto ya nada me importaba. Si todo se caía y yo también moriría. Pero paso un milagro oscuro, algo completamente inesperado. Ludmila abrió sus ojos.
De ellos se desprendió una luz azul. Se podía sentir la energía que emanaban. Y comenzó a mirar a la multitud. El doctor Argos corrió y se adentró dentro en el corazón rojo que se cerró como una coraza.
Ludmila gritaba de enojo o de dolor y yo estaba inmóvil de rodillas, con el rio de sangre a la altura del pecho, llorando desconsoladamente.
Mientras la torre se movía producto de la maquinaria en sus motores, Ludmila comenzó a disparar rayos de color azul desde sus ojos haciendo explotar a todo aquel que este frente a ella. El salón quedo completamente vacío. La gente intentaba escapar, pero era inútil. Una vez alcanzados por su rayo se desintegraban en mil pedazos. Una vez que acabo con todos me señalo con su dedo índice y se comunicó conmigo de manera telepática.
-Es momento de que salgas, este lugar será destruido.
Quería decirle que no me iría sin ella. Que mi principal objetivo era salvarla. Que me perdone por llegar muy tarde. Pero ya no hay palabras que valgan. Antes de que pueda mover mis labios ella me hablo una vez más.
-No te culpes, diste lo mejor de vos, hiciste todo lo que estuvo a tu alcance y más. Té quiero Sofí.
La sangre que estaba a mi alrededor se elevó y con sus manos formo una burbuja alrededor de mí.
-Mis poderes son inestables, probablemente voy a explotar. Sálvate
La burbuja de sangre se elevó y rompió con fuerza desmedida una de las paredes de la torre. En solo unos segundos estaba cayendo desde más de quinientos metros de altura, mientras veía como una explosión iluminaba el cielo de color azul y la Torre de Argos caía lentamente.
Finalmente, la burbuja descendió de manera muy suave hasta llegar a tierra. Aterrice lentamente sobre un campo de algodón, la burbuja exploto. Recuerdo que pude ver a la distancia como la torre caía y hacia temblar la tierra. Por mi parte me desplome sobre el campo de algodón y llore, llore como nunca en mi vida. Creo que nunca me había sentido tan triste y tan feliz a la vez. Todo había terminado.
Con el paso de los años los pueblos volvieron a la superficie y la gente volvió a ver la luz del sol. De alguna forma la humanidad se levantó y volvió a la normalidad que habían conocido.
Por mi parte, construí una pequeña cabaña en las montañas. Alejada de todo. Desde ahí puedo ver los restos de la torre y sentirme tranquila de que nunca más se volverá a levantar. Espero que mis palabras sirvan para futuras generaciones. Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla. Hoy cumplí 70 años y hacía tiempo que no hablaba del tema. Le pido disculpas si pase por alto algún detalle. Ojalá mi testimonio le sea útil al momento de recopilar los relatos sobre la torre. Ante cualquier duda puede venir a visitarme.
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Parte 5
-Lo termine de leer y es un material interesante. Pero estoy seguro que el discurso no fue así. Quiero decir, esas palabras tenían mayor convicción y fuerza.
-Yo también pensé lo mismo al leerlo. Pero tengamos en cuenta de donde viene. Una mujer de 70 años tratando de recordar su tortuoso pasado.
- ¿Creyó que usted era un periodista Sr John?
-Si, quizás el traje elegante y las cartas que le envié le dieron una mayor credibilidad a mi personaje. Aunque…
-Aunque… ¿qué?
-Le seré sincero, sentí cierta culpa. No fue muy grato mentirle a una vieja y debelar su posición.
- No se culpe Sr John, usted lo hizo y lo hizo bien. Ahora forma parte del pasado ¿Me ve a mi lamentándome por el pasado?
-No, pero…
-Lo que realmente vivimos no es más que el presente, disfrútelo intensamente. ¿Acaso sirve anclarse en el pasado? Además de no dejarnos avanzar no nos deja disfrutar del momento, el ahora.
-Está bien
-Fuera de esta oficina le espera su paga. Hay un camión repleto de comida y agua con la llave puesta. Puede tomarlo sin culpa.
-Gracias, antes de irme quiero hacerle una pregunta Sr…
-Dr. por favor, Dr. Artur Argos.
- Dr., ¿Usted la va matar?
-Digamos que le voy a quitar su forma humana. Si el experimento divino funciono con el ADN de su hermana puedo suponer que con ella también. Tendremos a otra diosa entre nosotros, eso es seguro.
- E intuyo que también tendremos otra torre de Argos sobrevolando alrededor del mundo…
-Sr John, está vez la torre se desplazará bajo tierra. Hay que aprender de los errores mi querido amigo. Esta oficina, donde usted está sentado cómodamente, no es más que la punta de la nueva torre.
Ahora le hago una propuesta de armisticio. Puede irse, seguir con su vida y caer con el resto del mundo o puede quedarse y ser parte del nuevo futuro. Mi futuro. Piénselo.
Fin
Matías Mesh
@matiasmesh
Estos cuentos y poesías de tu pertenencia. Ahora regresan a ti como un cuervo veloz en busca de su presa. Recuerdo como unas voces me susurraban sin parar entre las noches más delirantes con insomnio. Y así hizo el camino de este libro, con la sed de las horas más solitarias, con mis ojos aguados de tanto veneno.
La poetisa es el eco de las ganas que tenés, de tu andar entre todos y entre nadie, de tus lágrimas nuevas. Con sus versos podés hacer una nave para volar a las pasiones que aún no han muerto. Todo es como un juego, pero que ya nadie recuerda, como el descanso infinito de las tragedias que adornan las flores entre las criptas con su mágico tesoro enterrado.
Cada una de estas palabras -tus palabras- viene del agujero de los tiempos, de los misterios. Eso es la poesía: Un espejo mirándose a otro espejo.
Ahora, cuando empieces a guiarte con tu intuición mirando al ser humano sus verdades y sus miedos, convertiremos el poema en un martillo y construiremos vida en lo muerto.
Sofía Espínola
@Sophiruz
Alguna vez ¿te has sentido indestructible? como si una llama se encendiera dentro de ti, como si nadie te pudiera parar, si alguna vez lo lograste sentir, entonces sabes como me siento. No espero que me entiendas, ni siquiera que lo comprendas, pero...
Rocío Astradas
@escritora_rocio
"Hace unos días dieron aviso de que la ciudad será destruida. Nadie sintió la necesidad de recurrir al pánico. La lluvia, dos gotas viscosas que caen entre mis dedos y deseo separadas, dos esferas uniformes que recorren con un cuerpo único mi muñeca. Reciprocas y recicladas, reverberadas y reacias, reanimadas y esquivas. Rebobino. Ayer revelaron que para la ciudad llegara pronto el fin. Nadie recurrió a la sorpresa."
"Me enfrento a la textura de la arena con la aspereza de los cactus. O eso quiero creer, que sobrevivo plantándome quieta al borde de dos inmensidades vacías. Debí haberlo sabido antes, cuando con el Borrego cruzamos por última vez miradas con los pobladores de la tierra."
"La mujer perfecta es Ana, el idílico literario de los héroes patéticos, el sueño jurado de los militares con pierna de palo. Ana es el objeto de deseo que no ocupa espacio y que no sabe del tiempo. La visión encarnada de Venus es Ana, también la pintura predilecta de los fotógrafos tuertos en las costas escandinavas y de los tiburones que evitaban a toda costa los conquistadores europeos."
Alice Mûre
@alice.ardskin
El sonido bombeante de tu corazón
Ya no me hace compañía por las noches.
Y los suelos,
Abstinentes de tus ropas,
Me reprochan con crujidos
Cada paso que voy dando
El techo del living llora tu partida
Como nunca pude haberte llorado.
Y la mesa de luz me dice que tiene hambre.
Antojo de tus lentes de lectura
Y tu cargador portátil como guarnición.
¿Cómo le explico al perro que ya no vas a venir a jugar?
¿Cómo le explico a la cabecera de la mesa
que ya no vas a venir a cenar?
Decime como hago
Para convivir con tu ausencia,
Para que tu recuerdo sea un olvido
Y no se transforme en pesadilla.
Decime el secreto.
Te prometo
Que abajo de la alfombra
Nadie va a encontrarlo.
Melina Del Puerto
@oftheport_